Oda a la máquina silenciosa

El Mary Terán de Weiss es inmenso. Por las butacas verdes y los asientos grises, es fácil perder a un rostro entre los grupos. Directo hacia la línea de base, en las tribunas, nadie puede ignorar a unos en particular: los de «las nenas». Mientras Ormaechea ejecuta su poderoso revés a dos manos y grita levantando el puño, todas las juniors emulan el festejo. Argentina gana una Fed Cup intensa ante las británicas y la arenga se traslada a una bandera que abraza por completo a las integrantes del equipo. Una de ellas no es jugadora. O capitana.

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Es la que puede pararse en la puerta del predio cuan seguridad entre los camiones con su diminuto físico. Es la que puede llenar una qualy de 64 en un Women’s. Es la que estableció una comunicación concreta desde el primer eslabón de la cadena hasta la base. Es la que les brindó un espacio de competencia cuando muchos otros ya las hubiesen abandonado -al punto que propulsores de la región desde Kirmayr hasta De Brix conocen de primera mano sobre su profesionalismo-. Es la que puede accionar una cadena solidaria para que Argentina tenga representación femenina en un evento internacional. Es la que esperaba un fax para saber el resultado de una jugadora amiga y acompañarla luego en su etapa de entrenadora y madre. Es la que banca con acciones concretas la carrera de las que todavía intentan un norte en la WTA. Es la que puede hacer mover estos y todos los motores de nuestro tenis femenino. Felices 40, Sil.

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