Atisbos hacia el estreno

Ya se ha ahondado lo suficiente en la ponderación del factor tiempo que el universo discursivo alrededor destaca al señalar su fresquísima consagración US Open 2020 como la primera de un singlista nacido en los ´90s en el tour masculino. También en que sea apenas la quinta excepción a la regla de algún Big 3 campeón de majors desde 2006. Así que vayamos al grano no estrictamente cuantitativo/estadístico.


Así que dirijámonos a cuando el otrora pujante austríaco plasmaba -en un ejercicio estilístico precedido por blogs y seguido por posteos instagrameros- la trama mental de sus actuaciones en entradas de fanpage oficial encabezadas por un “Bamos”. O a cuando corría el equivalente a cientas de escaleras de Rocky para fundar el aguante que hoy explica –en parte- por qué puede bancar cotejos de cuatro horas en un rincón del mundo o competir intacto bajo 40ºC en otros.

O el día que gracias a su afilado revés a una mano – bajó a una de esas figuras cuya hegemonía parecía inalterable. O las definiciones donde su vigorosa impronta quedó establecida con cero azar y la cuantiosa preparación ejecutada al lado de cada colaborador (desde su padre y el formador Bresnik al actual Massú).


¿Por qué enfatizar estas trazas de expresión, disciplina o progresión? Porque además de la admiración que provoca su destreza deportiva, hay una acumulación de momentos y observaciones que contextúan gestas como las que Dominic Thiem selló en la burbuja de Nueva York.


«Tenía que ser así. Mi carrera siempre fue como el partido de hoy, muchos altibajos y me encanta cómo resultó», declaró para, con sumo atino, completar una cortesía que solo podía dirigirle a su amigazo del deporte y del alma y vencido en la final, Alexander Zverev: «Este partido mereció más de un campeón y estoy seguro de que levantarás este trofeo pronto”. Algunos iniciados en los campeonatos Grand Slam ya lo son desde hace rato en el matiz interpersonal. Y ciertamente no tienen ápice que esconder. Códigos, tampoco.

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